Londres, 18 de septiembre.
No tengo la costumbre de escuchar a los oradores heterodoxos e inconformistas que, en homenaje
a la libertad de palabra, predican y vociferan todos los días en Hyde Park. Pero hoy mientras
cruzaba por el parque me detuve sin saber por qué frente a un caballete que sostenía un cartel en
el que se leía escrito en grandes caracteres negros: El Masculinismo. Era el orador un hombre
larguirucho, de edad mediana, de cabellos rojizos y alborotados, tenía dos ojos negros, de
visionario; aún no había comenzado a perorar porque los oyentes eran muy pocos, apenas tres o
cuatro y todos ancianos. Quise esperar la prometida revelación y al cabo de pocos minutos el
hombre de la cabellera roja se decidió a hablar:
- Os anuncio la nueva doctrina moral, social y política que transformará la vida del mundo; os
anuncio la revolución del Masculinismo.
»En esta misma metrópoli, hace ya muchos años, las mujeres se levantaron furiosas contra los
privilegios masculinos, y guiadas por la célebre miss Pankhurst, fundaron el Feminismo. Hoy, al
cabo de cincuenta años de luchas y polémicas, el Feminismo ha triunfado: las mujeres tienen
todos los derechos civiles y políticos. Hay mujeres en el gobierno y en el parlamento, hay
mujeres embajadoras y mujeres militares, las mujeres han invadido las administraciones públicas
y privadas, las escuelas y las fábricas, ¡perfectamente bien!
»Nosotros, los masculinistas, no somos contrarios a los continuos y progresivos triunfos del
Feminismo. No surge el Masculinismo para oponerse al Feminismo, ¡muy al contrario!, su
objetivo declarado y lógico es el de tomar nota de las conquistas del Feminismo, más aún,
ampliarlas, extenderlas, hacerlas universales.
»Escuchadme, señores, y seguidme atentamente. En su ingenuidad casera y provinciana
imaginaban las mujeres que el privilegio de gobernar a los pueblos, cosa que hasta hace medio
siglo le estaba reservada a los hombres, era un honor, una alegría, una satisfacción. Nuestras
rivales se engañaban por completo. La política es un arte grosero y falaz, se funda en los
compromisos y en los engaños, en la hipocresía y en la desfachatez. La política es incómoda,
sucia y peligrosa. Por esto, los masculinistas proponen la entrega total de los poderes a las
mujeres, las que por su misma naturaleza son más astutas, más mentirosas y más acomodaticias.
¡Que no haya tan sólo alguna diputada o ministra, sino que todos los parlamentos y todos los
gobiernos estén formados únicamente por mujeres!
»Ellas tienen la lengua más suelta que nosotros, poseen un mayor sentido práctico y menos
repugnancia para las cosas sucias; la política está hecha para ellas y solamente para ellas. Y frente
al espectáculo de lo que está sucediendo hoy en el mundo no hay que temer que la cosa pública
vaya a andar todavía peor, pues esto es claramente imposible. En la peor de las hipótesis los
pueblos serian llevados a la miseria y a la muerte, y es lo que ya está sucediendo, de modo que
nada se cambiaría. En lugar de esto, cambiará para mejor la suerte de los hombres, quienes
finalmente se verán en libertad para dedicarse a actividades más nobles.
»Escuchadme, ciudadanos hombres: el Masculinismo prepara vuestra liberación de los trabajos y
misiones más duros e ingratos. Ahora las mujeres han ingresado ya en la enseñanza, pero todavía
están en minoría. El oficio de instruir a los niños y jóvenes, es, digamos la verdad de una vez por
todas, muy fatigoso y molesto; por doquiera es el programa de los escolares estudiar poco y
engañar a los maestros. Los únicos alumnos que logran en verdad aprender algo son los que
estudian por sí solos, por pasión natural. Así pues, ¿por qué no confiar a las mujeres, y solamente
Giovanni Papini El Libro Negro
Conversación 68 2 Preparado por Patricio Barros
a ellas, la enseñanza inferior y superior? Ellas tienen más paciencia y astucia y un poder de
atracción muy superior; se puede descontar desde ahora que los discípulos aprovecharán bastante
más que con profesores hombres, quienes a su vez, libres del odioso tedio de la escuela,
finalmente podrán estudiar seriamente por su cuenta.
»Y dígase lo mismo del trabajo en todas sus formas. Según las escrituras el trabajo fué impuesto
al hombre como castigo, pero, dado que de acuerdo a las mismas Escrituras la primera y
verdadera culpable fue la mujer en la persona de Eva, justo es entonces que la pena sea soportada
por ella y solamente por ella.
»Me preguntaréis, estimados amigos oyentes, qué harán los hombres si se realizan plenamente las
sagradas y legítimas reivindicaciones del Masculinismo. No es difícil responder: liberados ya del
trabajo y fastidio que implican el gobierno y demás, finalmente podremos gozar en paz de la
maravillosa belleza del mundo. De la acción siempre penosa y, peligrosa ascenderemos todos a la
felicidad de la contemplación. Las más elevadas actividades del espíritu, que hoy son patrimonio
de pocos porque los más deben atender a las bajas ocupaciones de la vida, podrán ser ejercitadas
por todos los varones. La poesía, la pintura, la escultura, la investigación científica y la
especulación metafísica, tales serán nuestras únicas ocupaciones diarias. La humanidad se
dividirá en dos grandes castas diferenciadas por el sexo: la una se dedicará a la política, al
comercio, a la producción material, a las escuelas y oficinas, y la otra, la de nosotros los varones
podrá consagrarse con plácida tranquilidad a las artes, al pensamiento, al descubrimiento de lo
bello y lo verdadero, en una palabra: a todo lo que hace soportable y deseable la existencia. Me
parece que el programa del Masculinismo, lacónicamente expuesto con lo dicho, merecerá los
sufragios de nuestro sexo, que se verá redimido de esas obligaciones prácticas indignas de su
primacía espiritual.
»Y no sentiremos ningún remordimiento, pues precisamente las mujeres han sido las primeras en
pretender con todas sus fuerzas hacer lo que hacía únicamente el hombre con sacrificios y
resignación. No hacemos más que aceptar las consecuencias extremas de su sublevación. El
Masculinismo no es la contestación al Feminismo, sino su realización universal en nombre de
nuestra felicidad y de la verdadera justicia».
Mientras hablaba el orador la audiencia había ido engrosando hasta convertirse en una pequeña
multitud, y fueron muchos los que aplaudieron con entusiasmo. El hombre de los cabellos rojos y
los ojos negros se secó el sudor y sonrió beatíficamente.
Yo me fui de Hyde Park caminando a largos pasos y entré en el Savoy.
28 de março de 2008
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