Trecho da introdução à edição argentina do livro Historia de la estupidez humana de Paul Tabori
Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y
hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son
estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos.
Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En
realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto.
Naturalmente, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre
aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventuranza.
La estupidez, que reviste formas tan variadas como el orgullo, la
vanidad, la credulidad, el temor y el prejuicio, es blanco fundamental del
escritor satírico, como Paul Tabori nos lo recuerda, agregando que “ha
sobrevivido a millones de impactos directos, sin que éstos la hayan
perjudicado en lo más mínimo”. Pero ha olvidado mencionar, quizás
porque es demasiado evidente, que si la estupidez desapareciera, el escritor
satírico carecería de tema. Pues, como en cierta ocasión lo señaló
Christopher Morley, “en un mundo perfecto nadie reiría”. Es decir, no
habría de que reírse, nada que fuera ridículo. Pero, ¿podría calificarse de
perfecto a un mundo del que la risa estuviera ausente? Quizás la estupidez
es necesaria para dar no sólo empleo al autor satírico sino también
entretenimiento a dos núcleos minoritarios: 1) los que de veras son
discretos, y 2) los que poseen inteligencia suficiente para comprender que
son estúpidos.